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La normalización de la enfermedad

Cuando las estadísticas de enfermedades crónicas son tan elevadas y apuntan a crecer de forma desmesurada, podemos deducir que en las siguientes décadas muchas de las personas que te rodean y tú mismo padecerán una o más disfunciones permanentes. Resulta llamativo cómo convivimos con estas disfunciones y cómo las hemos normalizado debido no solo a la respuesta que obtenemos de la medicina alopática, sino del contexto social de pasividad ante la enfermedad o aparición de algunos síntomas.

Hoy en día la gran mayoría de las personas padecen de alguna disfunción como dermatitis, psoriasis, alergia, asma, estreñimiento, dismenorreas, cefaleas, ansiedad, etc. Lo vivimos con normalidad, entendiendo que no hay solución y que es biológicamente normal que aparezca “algo” en nuestro organismo y más aún si te acercas o pasas los cuarenta años.

¿Cómo llegamos hasta ese punto?

Seguro que todos en algún momento hemos reflexionado sobre ello. Donde quiero poner la lupa ahora es en cómo llegamos a la normalización de la enfermedad desde la normalización del síntoma.

El hecho de que la medicina haya dejado de prestar atención a la sutileza de la observación del paciente, propicia que el ciudadano no disponga de herramientas de autoanálisis de la salud. Únicamente cuando aparece fiebre, dolor o irritación lo identificamos como síntoma. Sin embargo, la detallada observación del organismo nos permite pronosticar y prevenir la aparición de patologías.

Consideramos normal síntomas tales como la alergia primaveral, heces pastosas, gases malolientes, dolor de regla, ganas de comer dulce constantemente, necesidad de comer cada muy poco tiempo, etc. Sé que a muchos os sorprenderá cuando me refiero de síntoma al hablar de estos aspectos que la medicina convencional no tiene en cuenta, no obstante. Quiero detenerme, para que sirva como ejemplo, en lo que nos indica la manifestación de estos síntomas:

  • La aparición de gases malolientes no es normal ni saludable. Si sucede esto, nos habla de un incorrecto proceso digestivo, bien sea por problemas en la flora bacteriana, por el tipo de alimento, por disfunción enzimática o por un bajo ph estomacal.
  • Que una mujer tenga dismenorrea o dolor menstrual tampoco es saludable. La dismenorrea está relacionada con múltiples estrategias inflamatorias como, por ejemplo, el exceso de estrógenos que a largo plazo pueden causar otro tipo de disfunciones.
  • La necesidad de comer dulce puede estar relacionada con la presencia del microorganismo Candida Albicans. Si no es el caso, a lo que seguro está vinculado es a la estrategia orgánica de resistencia a la insulina. Un factor de riesgo de casi todas las patologías crónicas, incluyendo lógicamente la diabetes.
  • La necesidad de comer cada poco tiempo forma parte del comportamiento de las personas con una resistencia celular a la insulina, pero también se le puede sumar la resistencia a las leptinas. Esta estrategia corporal irá vinculada con seguridad al cansancio, siendo este el síntoma más normalizado de todos.

Estos son solo algunos de los ejemplos más objetivos y con evidencia científica de síntomas que invisibilizamos. Por supuesto hay otras pruebas y señales más subjetivas de las que no hablo y que sirven para que un profesional valore el estado de salud de una persona. Por ejemplo, observar las marcas en el iris del ojo, los pulsos orientales, o las señales en la lengua entre otros de los muchos sistemas de análisis de los que dispone la Naturopatía. Lo que propongo es observar de nuestro cuerpo y cuestionar los signos que hemos normalizado en nuestra vida y nos están dando la evidencia de que algo no va bien.

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