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Par biomagnético: Ciencia y salud

A veces la salud parece un rompecabezas. Sentimos molestias, cansancio o desequilibrios que no siempre tienen una explicación clara. Es en esos momentos donde muchas personas buscan alternativas que complementen la medicina alopática, caminos que conecten cuerpo y mente de una forma más integral. Uno de esos caminos es el Par biomagnético, una terapia que utiliza imanes colocados estratégicamente sobre el cuerpo con la intención de restablecer el equilibrio interno.

Esta técnica nació hace más de tres décadas y ha ido ganando seguidores en todo el mundo. Su base se apoya en principios bien conocidos de la física y la biología. Para empezar, todo ser vivo genera campos electromagnéticos: nuestro corazón, por ejemplo, produce impulsos eléctricos que pueden medirse con un electrocardiograma, al igual que nuestro cerebro. En ese contexto, podemos decir que los campos magnéticos externos (como los que generan los imanes), podrían interactuar con nuestro cuerpo. Por otro lado, habría que reseñar, que muchos desequilibrios del organismo están relacionados con distorsiones en el pH celular. Si aplicamos imanes con la polaridad adecuada, podremos ayudar a restaurar ese equilibrio.

Hasta ahora existen algunos estudios preliminares (especialmente en países como México, España y Chile) que muestran resultados prometedores, particularmente en procesos infecciosos, dolores musculares y trastornos del sueño. También se han observado efectos en la modulación del sistema nervioso autónomo, algo que explicaría por qué tantas personas reportan relajación profunda tras una sesión.

¿En qué consiste el Par biomagnético?

Consiste en colocar imanes de mediana intensidad en zonas específicas del cuerpo, el objetivo es equilibrar el pH de órganos y tejidos. Esta terapia fue desarrollada en los años 80 por el Dr. Isaac Goiz Durán, un médico mexicano que observó que muchos desequilibrios del organismo podían estar relacionados con distorsiones bioeléctricas provocadas por virus, bacterias, hongos o parásitos.

Cada “par” está formado por dos imanes: uno con carga positiva y otro con carga negativa. Se colocan simultáneamente en puntos concretos del cuerpo, basados en un mapa detallado, que vincula zonas anatómicas con posibles alteraciones internas. La intención no es “matar” microorganismos directamente, sino crear un ambiente en el que no puedan prosperar.

Lo interesante de esta técnica es su enfoque integrador. No se centra solo en el síntoma, sino en las causas profundas del desequilibrio. Para muchos practicantes y pacientes, se trata de una forma amable de invitar al cuerpo a restaurar su propia armonía, de trabajar eso que en terapéutica denominados el “terreno” de la persona.

Aplicaciones

En el terreno físico, se emplea con frecuencia para tratar infecciones crónicas, problemas digestivos, dolores musculares y articulares, migrañas, fatiga crónica y desequilibrios hormonales. Los imanes, al actuar sobre posibles focos de disfunción orgánica, buscan restablecer el pH celular, lo que ayudaría a crear condiciones menos favorables para virus, bacterias o parásitos. No obstante, el biomagnetismo no se limita al cuerpo. Esta herramienta puede apoyar en estados de ansiedad, insomnio, estrés o incluso tristeza profunda, actuando sobre el sistema nervioso y favoreciendo una mayor relajación y claridad emocional.

¿Cómo es una sesión?

No es un procedimiento invasivo. La persona se recuesta en una camilla mientras el terapeuta inicia una exploración del cuerpo a través de un método llamado “rastreo biomagnético”. Durante el rastreo, el terapeuta usa imanes y observa la reacción muscular, generalmente en las piernas, para detectar desequilibrios. Esta técnica permite identificar pares específicos donde se requiere intervenir. Una vez localizados, se colocan los imanes   ̶uno con polaridad positiva y otra negativa ̶ en esos puntos por un tiempo que varía entre 15 y 30 minutos.

Mientras los imanes actúan, la persona simplemente descansa. No es raro que se sienta una profunda relajación o, incluso, sueño. Algunas personas dicen que sienten calor, cosquilleo o una ligera vibración. Después de la sesión es habitual que el cuerpo inicie un proceso de ajuste. Algunas personas experimentan un “efecto rebote” leve: cansancio, más sueño de lo habitual o necesidad de beber más agua. Todo eso forma parte del proceso natural de equilibrio.

Por Juan Carlos Gálvez

 

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