Alimentación y emociones es un tema apasionante. El vínculo entre uno y otro es sumamente estrecho y a su vez un gran desconocido para muchos, o algo de lo que no se es muy consciente.
Cuando hablamos de alimentación es habitual pensar en una necesidad de saciar el hambre o de cuidar la salud a través de un determinado tipo de dieta, pero la alimentación es algo mucho más complejo que se entrelaza con fuerza con las emociones.
Nuestro cerebro es muy sensible a la presencia o ausencia de determinadas sustancias, lo que nos predispone a actuar de una manera u otra. Seguro que te has sentido más de una vez arritado/a por no tener café, chocolate, patatas fritas o algo dulce a tu alcance. Y seguro que si lo piensas, más de una vez te has sentido reconfortado/a tomando un consomé calentito, una buena raja de sandía o una refrescante ensalada.
Hay ciertos alimentos que por sus cualidades energéticas y consumidos en exceso potencian en nuestro organismo una reacción emocional negativa; nos hacen más irascibles, impacientes y enfadados a pesar de que parece que nos calman al instante, algo que es solo un espejismo. Este es el caso del café o el alcohol. Utilizar la comida como escape o analgésico de determinadas situaciones o emociones es algo más que habitual en la sociedad actual.
La calidad de nuestra sangre depende de la alimentación y de la capacidad de nuestro organismo de asimilación, transporte y eliminación. Cuanta más calidad tenga nuestra sangre, más claridad emocional tendremos. El hígado se encarga de la eliminación de tóxicos, si nuestra alimentación está cargada de tóxicos, grasas saturadas, fritos, alimentos desnaturalizados, comida en exceso…, no va a poder realizar bien su función. El resultado de este exceso puede ser que nos sintamos irritables, nerviosos o con ansiedad, algo que se suele manifestar en gritos, mal humor o malas contestaciones y que puede llevarnos a enfermar.
Pero a su vez casi todas las alteraciones emocionales tienen un reflejo en el modo en que nos alimentamos. Si te paras a pensar un momento seguro que para ti hay una serie de alimentos que están asociados a afectos placenteros, recuerdos entrañables, ternura… De ahí que cuando se necesita aliviar la tristeza o pena se tienda a consumir ese alimento especial que hace sentir bien al rememorar recuerdos bonitos.
La alimentación y las emociones están tan unidos que en caso de sufrir algún problema tanto alimenticio como emocional sería un error no tener en cuenta esta sinergia de fuerzas, por supuesto sin dejar de analizar otros factores. Como muy bien y sabiamente dijo el filósofo y antropólogo alemán Ludwig Feuerbach, “Somos lo que comemos”. No hay nada como comprobar de que forma cambia el carácter cuando se modifica la dieta. De eso no nos cabe ninguna duda.
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